Mi hora favorita

Coser «te quieros» en el corazón de gente que no se los merece siempre ha sido mi especialidad. Y alimentarlos, haciendo que se crezcan tanto que lleguen a ser superiores a mí. Así como quien no quiere la cosa, para que me terminen comiendo. Y si te soy sincera, prefiero que seas tú el único.

El único que me coma, digo.

Me mezclo entre cientos de personas que cruzan Gran Vía en Navidad, corriendo a comprar los mejores regalos que a su vez compran la felicidad de otras personas, ¡qué irónico! Parece que nadie sabe que las mejores sonrisas son las que nacen solas, sin un motivo envuelto en papel brillante lleno de lazos de colores. Pero qué coño van a saber, si no conocen la tuya.

Por eso me encanta cuando llegas y te acercas por detrás. Caminas siempre con ese aire de superioridad, que pierdes inmediatamente en cuanto me ves. Y me susurras al oído: «¿me esperabas?»

Pues me derrito. Literal.

Todo desaparece, y sólo quedamos tú y yo. Y ese estúpido hormigueo en los pies, ya no en el estómago no, en los jodidos pies. No sé que me pasa, que no me puedo mover. Ya lo sé, parece que estoy describiendo la escena más ridículamente patética de cualquier película de amor con la que las niñas de 17 años pierden las bragas. Pero es así. Tal y como os lo describo.

Y para colmo, empieza a llover.

Como ya os imagináis, no hay mejor excusa para devorarnos que la de llegar a casa tras correr bajo la lluvia porque no tenemos paraguas.

Por eso te confieso a ti pequeño huracán (y os confieso de paso a todos), que mi hora favorita es la de verte sonreír a carcajadas empapado. No importa cuándo, porque es mi momento preferido del día, de la semana, del mes, del año. De mi vida.

Vienes, haces y deshaces a tu antojo. Y no, tú no te vas. Te quedas y me proteges de todo lo malo que pueda llegar a pasar.

Porque no existe nadie mejor que tú para entender mi extraña devoción por la música acústica, las tardes grises de domingo y el café con un libro de poesía en la mano, envueltos en mantas y abrazos. El dormir con calcetines cuando hace frío y los ataques de cosquillas por la mañana para entrar en calor.

Despiértame así siempre. En mis mejores sueños y en mis peores pesadillas.

Y un apunte aún más importante: no vuelvas a perderme nunca.

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